Querido coronel Brandon,
Siempre pensé que
Marianne Dashwood no era para ti. Llámalo prejuicio o llámalo envidia. Tendía a pensar que un carácter pausado como el tuyo, una búsqueda de la belleza a través de la literatura y de las conversaciones de altura, estaría mejor con alguien como la señorita Elinor Dashwood. Pero luego pensé que quizá en esa edad madura que te acompaña a ti, que estás de vuelta de todo, lo que necesitabas era
la alegría, la esperanza y el optimismo de un espíritu joven como el de Marianne.
Tengo que confesar que durante un tiempo de mi vida tenía algo de reparo al verte detrás de esa jovencita que, no sólo no te hacía caso ninguno, sino que bebía los vientos por otra fuerza de la naturaleza como era
Willoughby. Llegué a creer que resultaba un tanto patético tu enamoramiento, como si una vez perdida tu juventud, sólo pudieses recuperarla al lado de una jovencita. Me ofendía que fuera Elinor Dashwood, con todas sus virtudes y su carácter tranquilo, la que te aconsejaba, la que te hablaba y la que te atendía mientras tú mirabas de reojo a Marianne. Me ofendía que nunca le habías dado una oportunidad a ella, quizá por su edad. A pesar incluso de que la propia señorita Dashwood se compadecía un poco de ti.
Llegaste a darte cuenta de todo eso, y estoy segura de te planteaste qué hacías pensando en alguien que, a todas luces, no se acercaba a tu nivel. No porque fueras más, ni mejor, sino porque ambos caminabais en distintas direcciones:
Marianne buscando un amor intenso, una fuerza que la arrastrara y le llevara a vivir al límite sus experiencias vitales y tú
buscando una amante, una amiga, alguien que te acompañara en la realidad de los días de un coronel retirado que, a pesar de ser todavía válido para un millón de cosas, no parecía encontrar su sitio.
Puede ser que nunca me haya reconciliado con tu manera de pensar y aun a día de hoy, superado el sufrimiento de los amores juveniles, me duela creer que siendo hermana de Marianne jamás habría tenido una oportunidad contigo. Pero también sé que
el amor que le profesabas a Marianne era intenso a pesar de todo. Lo pude comprobar sin ningún tipo de duda cuando Marianne enfermó por amor. El sufrimiento de tus palabras desgarradas cuando le suplicaste a la señorita Dashwood que te diera un quehacer, porque sino
'te ibas a volver loco'. La locura cuando, a lomos de tu caballo, fuiste a buscar a un médico, porque la esperanza de que tus años de madurez fueran felices junto a una mujer amada se desvanecían de tus dedos. El alivio de pensar que aun tendrías una oportunidad, sino para el amor, sí para una amistad firme y duradera.
Estoy convencida de que sabías que, con tiempo suficiente, tu carácter y tu manera de ver la vida, iba a terminar por obnubilar a un espíritu enamoradizo como el de Marianne. Regalarle un piano adecuado a sus necesidades al saber su pasión por tocar, el modo de leerle todas las tardes mientras ella aun se encontraba convaleciente,
tu conversación sabia y coherente en esos paseos entre la hierba fresca... todos esos gestos (medidos o no) eran el
fruto de una sabiduría que sólo la edad te daba. Y gracias a eso pudiste hacerte con el amor de una mujer que, si Willoughby hubiera vuelto, habría sido muy probable que te abandonara.
¿Qué te quedaría a ti después? Sé que no te derrumbarías, sé que seguirías tu vida tratando de vivirla con la mayor dignidad posible. Que pensarías que, por segunda vez, te negaban la posibilidad de terminar junto a la persona que amabas. Algunas veces he llegado a pensar que si Marianne te hubiese rechazado o se hubiese ido lejos con Willoughby, y si la señorita Dashwood no hubiera estado también perdidamente enamorada de Edward Ferrars,
ambos habríais hecho una pareja fantástica.
Querido coronel Brandon... tú que has hecho que mi imaginación volara, que aprendiera a entender que un amor firme y realista es mucho mejor que una explosión de placer. Tú que te has metido en mi pensamiento hasta las entrañas, abandonas, injustamente arrebatado por la muerte, tus verdes campos, dejando desconsoladas a Marianne, a la señorita Dashwood y a mí.
Espero que
allí a donde vayas seas bien tratado, encuentres aquello que buscas y me sigas mirando con esos ojos cargados de experiencias vividas. Que me sonrías con ese gesto tan característico y pienses: 'tienes razón, quizá la señorita Dashwood hubiera sido una gran esposa para mí'.
Nota: DEP Alan Rickman.